Hace ya unos meses, el Papa Francisco se dirigió al pueblo de Dios para
dirigir sus reflexiones acostumbradas. Resulta que en unas de estas, el Santo Padre refiriéndose a la Iglesia expresó
esta significativa frase: “Queremos una
Iglesia pobre y para los pobres”. Es obligatorio saber a qué se refiere el
Papa cuando expresa lo antes citado. Se supone que la Iglesia es por su
naturaleza de aquellos que sufren y son perseguidos; pero ¿será que se ha
desviado la esencia de la misma? Hasta cierto punto es así, aunque no en su
totalidad. Para comprobar su desvío, no hay que irse muy lejos, en nuestra
pequeña Iglesia dominicana se da esta realidad, pues en muchos casos
supuestamente por el protocolo y otra condición, se deje de trabajar a favor de
aquellos de los que se supone es la Iglesia su voz, pero esa voz sufre de
disfonía, porque cuando tiene que hablar se calla y cuando tiene que callar
habla o sale un elemento con toda la arrogancia de la vida y habla en su nombre.
Una Iglesia pobre y para los pobres, es aquella que
se entrega día a día por la edificación del reino de Dios, pero el reino de
Dios no es un reino de injusticia, no es el reino de los
poderosos. Es por esto que ha dicho el Sumo Pontífice “pobre y para los pobres”. Es decir, una Iglesia que luche por los
beneficios de los más vulnerables de la sociedad, por los más olvidados, por
aquellos que son utilizados por lo que tienen en sus manos los bienes
económicos. Pero la lucha más grande es con los pobres de ideas de superación,
los pobres de esperanzas, los pobres de libertad.
Es por esto que se necesita una Iglesia más
aterrizada y humana, aunque bien sabemos que la Iglesia es experta en
humanidad, pero aún se necesita que esta se inserte en el quehacer diario de
los hombres y mujeres que luchan por un mundo mejor y más justo, una Iglesia
que deje de llorar y pase a ser la que se dedica a luchar por preferidos de
Cristo, los pobres. Esa es la Iglesia que el Papa quiere ver, no la Iglesia
donde el Obispo ande en un vehículo último modelo, mientras que los fieles se
comen todo el polvo de las calles. Una Iglesia donde el que la dirige disfrute de buenos banquetes a la hora de
comer, mientras que en la esquina más cercana hay un mendigo pidiendo un trozo
de pan. La Iglesia no es para servirse de ella, sino para servirle a Cristo por
medio de ella, el cual está presente en los demás, y de un modo especial en los más pobres y excluidos de
la sociedad, y en ocasiones hasta de la misma Iglesia.